Mi primer contacto con la tecnología fue gracias a mi padre, ese visionario que me regaló un spectrum en mi adolescencia, un libro electrónico en el 94, colocó un modem en casa de 14.400 baudios y me compró mi primer PC: un x286 de origen francés, de los primeros que llevaban coprocesador matemático incorporado.
Por aquella época (la del x286) descubrí internet, yo estudiaba arquitectura y en la Escuela contábamos con un único email para todos los estudiantes. Eran tiempos de rotring, papel cebolla y unos incipientes inicios de un autocad que pasabas a papel en impresoras matriciales (un estropicio, la verdad).
Internet me cautivó desde el principio, hasta el punto que se convirtió en una de mis mayores pasiones. Me alucinaba la cantidad de conocimiento a la que podía acceder, el espíritu colaborativo de las BBS, las conexiones vía Telnet, la magia de transferir archivos remotamente a través de FTP o de trabajar con código html en un editor de texto y que de repente de un par de líneas surgiera algo con «cara y ojos»
Posteriormente, internet se convirtió en mi profesión y fui feliz. Descubrí, aprendí, investigué, innové, conocí a compañeros, amigos y pude ganarme la vida tal y como yo quería. Internet y la tecnología, por aquel tiempo, me sumaban todo y más. A día de hoy he de reconocer que estoy en un punto de inflexión. De un tiempo a esta parte esa pasión parece desvanecerse tal y como la conocía hasta ahora.
Días atrás intentaba «recoger» y hacer bagaje. Recordar cómo, cuándo y por qué empezó a apagarse ese gran fuego o llamarada hasta casi convertirse en fogatilla. Y más allá de que esto, casi con toda probabilidad, forma parte de mi propio ciclo vital, me parece haber encontrado un denominador común.
Ese denominador común es algo que no está basado en datos, sino en una sensación cada vez más intensa de que hemos pasado de poner la tecnología al servicio de las personas, a estar cada vez mas al servicio de la tecnología (y de los que la manejan). De tener como fin último el bienestar y el progreso humano a tener la sensación de que ahora ese fin último ha pasado a un segundo o tercer plano porque por encima de él está el progreso tecnológico por sí mismo o el bienestar y progreso de unos pocos.
Pero echando la vista atrás, me doy cuenta de que esa dicotomía entre poner la tecnología al servicio de las personas o las personas al servicio de la tecnología, ha estado desde siempre o por lo menos desde hace mucho tiempo. Comparto aquí algunos ejemplos:
El Algoritmo PageRank
Inicios de siglo, tiempos del más incipiente de los SEOs donde Google comenzaba a dominar el mercado con su algoritmo de PageRank. Cualquier SEO que se preciara comenzó a ponerse al servicio de ese algoritmo, ya no era tan relevante el contenido de la página o la calidad de lo que se ofrecía en ella; nuestro único objetivo como SEOs era conseguir cuantos más enlaces mejor para lograr las primeras posiciones en el buscador. Por aquella época, hacer SEO era algo así como convertirte en un trader de enlaces. Como profesionales dejamos de mirar a las personas para empezar a focalizar nuestra mirada en la tecnología y empezar a «hacer» lo que ella nos dictaba sin cuestionarnos absolutamente nada (yo la primera).
El titular gancho
El principal objetivo de los medios, por una cuestión de supervivencia, era atraer tráfico a toda costa. Abundaban los titulares amarillistas o los cebos prometiéndote un gran contenido que luego se quedaba en nada. Estos titulares generaban visitas, sí, pero a costa de la frustración de algunos usuarios, o de generar percepciones equivocadas que luego eran aclaradas o desmentidas, someramente, en un artículo que pocos leían. Lo peor de todo esto es que una gran parte de nosotros acabamos compartiendo el contenido por el titular, sin apenas consumir el contenido creyéndonos bulos, ideas sesgadas o titulares que no tenían nada que ver con lo que contaba en el artículo. A día de hoy eso permanece más que nunca con el beneplácito de los medios a pesar de la factura que está pasándole al periodismo.
La «algoritmización» de absolutamente todo.
Generalmente no con la intención de servir o beneficiar al usuario sino de incrementar KPI’s que pudieran contribuir a una mayor monetización o beneficio económico a toda costa. Por poner un ejemplo, mi muro o timeline de esas redes sociales terminó mostrándome una realidad totalmente sesgada por mis gustos, idearios y preferencias sólo con el objetivo de generar en mí una mayor interacción y tiempo de permanencia en página. Han expulsado la diversidad de mi timeline y le han colocado una especie de orejeras de burro que, a día de hoy, aún permanecen.
La fiebre de las startups.
De repente todo el mundo quería fundar una startup para pegar el pelotazo. Escuelas de negocios y medio de comunicación alzaron al Olimpo de los dioses a startups, imperios tecnológicos y emprendedores cuyo principal mérito era la facturación, las «motos» vendidas o los millones que habían levantado en una ronda de inversión. Sin tener en cuenta consideraciones o aspectos más sociales, humanos o hasta éticos. Pongamos por ejemplo las condiciones laborales de los trabajadores, el posible daño que podían estar causando a ciudades, familias o incluso mercados (por ejemplo el inmobiliario), las manipulaciones de opinión y un largo etcétera.
Sobre todo ello se solía cubrir un tupido velo. El pelotazo era el pelotazo y nosotros los usuarios éramos meros datos que engrosaban sus KPI’s contribuyendo de una manera más o menos consciente al éxito de su modelo de negocio por una simple cuestión de comodidad o porque todo el mundo hacía lo mismo. Así, por ejemplo, en algún momento de nuestra vida todos acabamos comprando en ese market place, utilizando ese motor de búsqueda que domina absolutamente el mercado (monopolio lo llaman), pidiendo comida en esa aplicación que utiliza falsos autónomos o alquilando un apartamento a través de esa web que está consiguiendo que los vecinos de toda la vida dejen el centro de las ciudades por la imposibilidad de convivir con esos huéspedes temporales que llegan a través de esas webs o aplicaciones.
Esa fiebre de las startups contribuyó a que algunos perdieran de vista el hecho de que, para que una empresa perviva tiene que aportar un beneficio o una utilidad a la sociedad, al consumidor. Y no hablo aquí de responsabilidad corporativa, sino de una relación donde haya un equilibrio sistémico entre lo que la empresa aporta al cliente y lo que el cliente aporta a la empresa. Y lo mismo sucede, en términos de equilibrio, con el trabajador, a menos que queramos volver a la época de los negreros. Y ya no te cuento si pensamos en el equilibrio sistémico entre la empresa y el entorno o incluso el planeta en el que vive.
No quiero que esto suene a generalización, porque me consta que sí que hay otro tipo de startups; pero generalmente los referentes suelen ser siempre modelos de éxito basados en KPI’s económicos pasando muy por encima de cuestiones que yo, cuando menos, tildaría de delicadas. Por supuesto todo legal pero, señores y señoras, somos adultos y a veces que sea legal no quiere decir que sea lo más adecuado, sobre todo si pensamos en términos de sostenibilidad (palabra de moda) y del mundo que queremos dejar a nuestros hijos y a los hijos de los demás.
Política y redes sociales
Otro ejemplo que también contribuyó significativamente a que la llama se apagara fue ese cocktail molotov que ha supuesto la combinación política + redes sociales. Crispación en estado puro. Todo vale siempre y cuando suponga un beneficio en votos o cuota de poder.
De nuevo las personas o usuarios al servicio de la tecnología (o los que en este caso están manejando la tecnología) y además contando con la connivencia de las grandes tecnológicas y de todos aquellos «profesionales» que marcan las estrategias acuñando el mantra ese que dice «el fin justifica los medios».
Cuando, en este caso, hablo de personas al servicio de la tecnología me refiero a personas entrando al trapo de la crispación generadas por «expertos» ante la mirada impávida y la laxitud de los dueños/accionistas de esa tecnología e incluso de los organismos reguladores, gobiernos, etc..
Y hasta aquí he llegado porque no he querido seguir echando jarras de agua fría que acabaran extinguiendo la llama y porque reconozco que yo también he formado parte de ello junto a mis luces, mis sombras, mis aciertos y mis errores.
También, he de confesar, que no me resigno a que la llama se apague. No quiero dejar internet ni quiero vivir sin tecnología porque, a pesar de todo esto, hay muchas cosas siguen sumando pero sí que me estoy replanteando cosas y abordando la tecnología desde un lado más humano.
Como profesional me he hecho la gran pregunta: ¿Voy a contribuir a que la tecnología esté al servicio del ser humano o voy a contribuir a que el ser humano esté al servicio de la tecnología?.
Y en lo personal ¿Cómo voy a empezar a hacer para ser más consciente de cómo me relaciono con la tecnología?
Y yo ya me he contestado.
¿Y tú?. Ya me contarás….
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